viernes, 18 de septiembre de 2009

NI FOBIA NI AVERSIÓN. REALIDAD HISTÓRICA



Visto lo visto en mis escritos, muchos pensarán que tengo una extraña y preocupante aversión o fobia a nuestro pasado visigodo, que exagero y manipulo la información para justificar determinadas circunstancias o simplemente, con intención de ridiculizar el pasado ibérico.

Nada más lejos de la realidad. La historia, aunque esté contada con fines políticos y sociales y muchas veces sea una versión errónea la que se extiende, está fundamentada en unos datos concretos, obtenidos de forma científica en base a distintas fuentes, orales, escritas o materiales.

La cultura visigoda y su dominio de la Península Ibérica no escapan al análisis histórico. Y en virtud a datos concretos, demostrados históricamente y analizados con sumo cuidado por estudiosos durante años, demostraré que mi aversión a los visigodos no es tal, si no más bien un toque humorístico necesario, para pasar un trago de la historia que realmente debiera avergonzarnos como habitantes naturales de la Península Ibérica.

Para demostrar que en absoluto siento la más mínima aversión, fobia, odio o recelo contra nuestro pasado visigodo, he de citar algunas de las cosas buenas, inteligentes y útiles de su cultura, sus leyes y su forma de organización social, aunque ello me lleve a otras críticas contra ellos. Vamos a ello entonces:

Los visigodos, lejos de otras tribus germánicas que impusieron su modo de vida a los territorios que ocupaban, aprovecharon todo lo posible la organización territorial romana. Más que invadir la península, poco a poco los visigodos se fueron fundiendo entre la población hispanorromana, llegando incluso a adoptar su fe (los hispanorromanos eran católicos mientras que los visigodos eran arrianos). Económicamente, la base de la hispania visigoda no discrepa en absoluto con la base economica hispanoromana, por lo que podemos asegurar que tampoco alcanzaron grandes logros en este sentido. La administración territorial, en cambio, si supuso un ligero avance, o mejor dicho una ligera protofeudalización. El reino visigodo fundó los "Duces" (duques) y los "Comes" (Condes) que despojarían a los ya decaídos curiales municipales.

Uno de las bondades de los visigodos, fue no tratar de imponer sus propias leyes tribales a los invadidos. Los godos, que se regían por normas nunca transcritas, transmitidas de forma oral, manejaban sus vidas al margen de la ley que se ocupaba de los hispanorromanos. No obstante, a partir de aproximadamente el 654 d.C., el rey Recesvinto creó el "Liber Iudiciorum", un cuerpo de leyes visigodo, de carácter territorial cuyas normas se extendieron a la población goda y romana. Sus leyes anteriores (El Breviario de Alarico que recoge el derecho romano y regía la vida de los hispanorromanos y el Código de Leovigildo, que regulaba la vida de los godos, donde se deroga especialmente la prohibición de matrimonio entre hispanorromanos y visigodos) quedaban derogadas.

Vamos ahora al juicio de la historia contra el reino visigodo. Como típico funcionamiento tribal, el rey visigodo debía ser un noble, elegido de entre un consejo de nobles denominado Aula Regia, que también funcionaba de consejo asesor del monarca. Como vemos, una forma de monarquía mucho más democrática que posteriormente, en pleno periodo absolutista. Y es que sólo 3 reyes en el reino visigodo de la Península Ibérica fueron elegidos por este método. 3 reyes, sólo 3 para una ley traída de la más antigua tradición tribal. Estos fueron Chintila, Wamba y Rodrigo. 20 años más tarde, durante el reinado de Recesvinto, se ve que a este monarca le sobraba tiempo, se anuló el Aula Regia que debilitaba la postura del monarca para convertir la monarquía visigoda en un sistema absolutista, centralizado y hereditario.

Tras esta modificación, a la que por supuesto se opusieron los nobles y muchos obispos, se produjeron en la Península Ibérica enormes conflictos internos, civiles y una constante inestabilidad política. Cuando no gustaba un rey, los nobles decidían su eliminación. Para ejemplo un botón: Entre 526 d.C. y 554 d.C. los cuatro monarcas que ocuparon el trono fueron asesinados. La asociación al trono era, en la práctica, la forma más común, junto con las usurpaciones, de tomar el poder. El monarca estaba ungido por Dios y a éste debía su legitimidad; la realeza poseía así un carácter sagrado, que se supone debía de disuadir cualquier intento de atentar contra el monarca, pero los asesinatos de los dueños del trono, rebeliones, conjuras y usurpaciones eran moneda de cambio en el reino visigodo, que estuvo constantemente sumido en la inestabilidad política, las intrigas palaciegas, conflictos civiles y guerras intestinas que perjudicaban, frenaban y destruían cualquier intento por avanzar económica, cultural y socialmente.

Ya lo ven. La realidad es que entre la invasión de Bizancio, la guerra contra los suevos, los vándalos y los alanos, las guerras civiles y la inestabilidad del trono, la Hispania Visigoda no disfrutó jamás de una adecuada salud. Mientras otros pueblos germánicos se imponían y crecían en tierras del antiguo imperio, en la Península Ibérica, el primer proyecto de unificación peninsular hacía aguas por todas partes. Y esto sin hablar del vino y la envidia, que también estuvieron presentes en la vida de la Hispania Visigoda.


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