domingo, 20 de septiembre de 2009

COVADONGA, ESA EXAGERADA BATALLA, O CÓMO MANEJAR LA HISTORIA AL ANTOJO DE UNOS CUANTOS...


Hoy vamos a analizar un hecho que aún hoy genera amplio debate entre los historiadores, y entre los entendidos en historia y aficionados al periodo histórico que supone la invasión musulmana. Tal es el debate entre neófitos e historiadores que todos, utilizando unas fuentes u otras, desprestigiando unas fuentes u otras, terminan por contradecir, desde el primer hasta el último hecho.

Hablamos de la "Batalla" de Covadonga. Y entrecomillo batalla porque la realidad escapa y mucho de la historia que nos contaron en la escuela durante décadas. Comencemos analizando al "Héroe", a Don Pelayo, el primer Rey visigodo tras la conquista musulmana de la Península. ¿Rey? Tal vez debiéramos referirnos a él como Líder Militar, pero esto vendrá más tarde.

Pelayo era un noble visigodo, que ante la conquista musulmana, se enfrentó a las tropas moras en la Batalla de Guadalete, como ya saben, saliendo a la carrera ante la superioridad del invasor. Se cree que volvió a Asturias, donde sin resistencia alguna se sometió al poder musulmán, manteniendo sus privilegios, tierras, herencias y posición social a cambio del correspondiente tributo y el juramente de lealtad a la nueva Al-Andalus. Ese era Don Pelayo, un Hijo del duque Favila, vástago del rey Rodrigo, que ocupaba un puesto significativo relacionado con la antigua administración del territorio visigodo, y que huyó con algunas reliquias cristianas a Toledo y posteriormente a Asturias. Este hecho, la participación de Pelayo en la batalla de Guadalete y su huida a Toledo tras la derrota, ya sugieren que en absoluto se trataba de un astur, un galaico, un vascón o un cántabro.

Jamás osó Pelayo arremeter contra el poder musulmán, ni siquiera en las distintas reuniones de nobles visigodos que se celebraban en las montañas, en la Cordillera Cantábrica, único territorio que los musulmanes ni siquiera se preocuparon por conquistar. ¿Qué interés podía tener semejante territorio, de invierno infernal y verano prácticamente inexistente? Que se lo queden...

Munuza, valí de Gijón, al mando de una guarnición militar musulmana, controlaba entonces el correcto pago de tributos de la nobleza visigoda. Pero para ser serios, le costaba bastante mantener sus genitales dentro de los pantalones. Tanto es así, que pese a la oposición de Don Pelayo, Munuza se lanzó a la conquista de la hermana del noble visigodo tras enviar a Don Pelayo como Jaray (tributo territorial) a Córdoba. De hecho se cuenta, que a pesar de la oposición de su hermano, que había prometido la mano de su hermana a otro noble visigodo, ésta se dejó arrastrar al catre de buena gana. Pero la honra es la honra, y la visigoda más. Al menos eso pensó Pelayo, que huido de Córdoba y enterado de la noticia de lo acontecido con su hermana retornó a Asturias, concretamente a Cangas de Onís, donde tendría lugar una reunión de nobles visigodos como tantas otras.

Y es ahí donde Pelayo se enciende, proclama su derecho sobre el sur conquistado por los musulmanes, y ante el estupor y el alucine de los demás nobles, clama a los cuatro vientos que va a comenzar a enfrentarse a la invasión. Y ¿cómo? Le preguntarían los nobles visigodos. Dándoles donde más duele, diría Pelayo. No pagando los tributos que me corresponden por mantener mis tierras y mi posición como noble.

Pues bien, la historia, lejos de demostrar un interés por la Reconquista, término que no se emplearía hasta bastantes años más tarde, nos muestra a un Pelayo encabritado y furibundo por la deshonra a la que Munuza sometió a su familia, en concreto a su hermana. Ni deberes del buen cristiano, ni derecho a recuperar el antiguo trono visigodo, ni mucho menos reconquistar el territorio perdido para el cristianismo. Lógico, entre otras cuestiones, si tenemos en cuenta que los primeros musulmanes que invadieron la península respetaban la fe y las creencias de las religiones de Libro, como llamaban a Judíos y Cristianos.

Lo que no iban a tolerar de ninguna manera es el impago de los tributos por el mantenimiento de las tierras y los privilegios de la nobleza visigoda. ¿Hablamos de los primeros impuestos de carácter progresivo de la historia? Munuza, Valí de Gijón, manda un destacamento a efectuar el cobro de sus tributos. O en su caso, prender a los morosos (desde ahora debiéramos llamarlos así para entender el verdadero origen de su rebeldía) y expropiar sus pertenencias. Pelayo, elegido en la reunión de Cangas de Onís como líder militar de los morosos que le siguieron, no todos, decide defenderse.

El 28 de Mayo del año 722 fue la fecha en que sucedió la "Batalla" de Covadonga. A pesar de las cifras que manejan las escrituras cristianas, que hablan de 187.000 musulmanes contra 300 visigodos, es evidente que ni habiendo ocupado toda la cornisa cantábrica enviarían los musulmanes semejante fuerza. Máxime teniendo en cuenta que con un ejército de 40.000 hombres se hicieron con toda la Península Ibérica. No sería nada descabellado decir, que ante 300 morosos, cifra que las escrituras musulmanas respetan, los musulmanes enviasen unos 1000 infantes. Dirigidos por el general Alqama, enviado desde Córdoba, se lanzaron los musulmanes a prender a los morosos. Desconociendo el abrupto terreno de los Picos de Europa, se dirigieron directamente a la cueva que excavaron los morosos como recinto para la defensa. Y aunque no se lo crean, ante las pedradas lanzadas desde la cueva por los morosos, los musulmanes, desorientados, perdidos en semejante terreno decidieron marcharse. Con la frase "30 asnos salvajes... ¿qué daño pueden hacernos?" se abandonó Cangas de Onís, no sin antes sufrir la muerte de Alqama.

Tras esta escaramuza (nadie puede llamar batalla a semejante hecho) Don Pelayo, que debiéramos conocer como Picapiedra, se convierte en la esperanza de otros nobles visigodos, que con sus siervos deciden seguirle. Munuza, muy valiente, decide abandonar Gijón y volver a Córdoba tras esta derrota. Eso sí, con la hermana de Pelayo a hombros. Tras esta huida, el Picapiedra Pelayo se autocorona rey cristiano de Asturias y traslada la capital a Cangas de Onís, donde los historiadores cristianos empiezan a escribir burdas patrañas sobre Covadonga, la aparición de la virgen en defensa de los morosos y la muerte súbita ante esa visión que segó la vida del general musulmán Alqama.

Ya lo ven. Sólo una escaramuza, puede que con 10 o 15 muertos en total. Quizá más, casi seguro. Pero en absoluto el origen de una reconquista que vendría después, cuando muchos visigodos se creyeron las crónicas cristianas sobre la batalla. Eso si, Picapiedra Pelayo y sus seguidores nunca más pagaron tributos a Al Andalus, y Munuza vivió en Córdoba durante años, feliz y saciado sexualmente con la hermana de Pelayo. Qué cosas tiene la historia...

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