martes, 29 de septiembre de 2009

Abderramán I. De Rebelde a Emir. O como mostrar el esplendor musulmán a las oscuras y decadentes ciudades europeas.



Abderramán I, Emir de Al-Andalus reconstruyó, a pequeña escala, una especie de nuevo trono en Al-Andalus. Despojado de sus privilegios y perseguido por los Abassíes que ahora tenían el control del Imperio, la dinastía Omeya moría con Abderramán. Pero en su huida, el heredero pensó dónde refugiarse, y qué mejor lugar que el más alejado de Damasco. Así es como Abderramán llegó a la Península Ibérica.

Y aquí no fue mal recibido. En su llegada a la actual Ceuta, fue recibido con honores por una tribu bereber de la que su madre era descendiente. Con sus seguidores apoyando su rebelión, lo que supondría un principio de escisión del Imperio Musulmán, Abderramán vio la oportunidad de iniciar lo que perdió en Damasco por la fuerza. Y no tardó en ponerse al día de la situación en Al-Andalus. Contingentes de tropas sirias, descendientes de aquellas que el abuelo de Abderramán utilizó para invadir la Península Ibérica se suman a la rebelión. En 755 d.C., el emigrado, como se conocía a Abderramán, cruzó el estrecho, desembarcó con un contingente de tropas bereberes en Almuñecar y al unírsele las tropas sirias marchó sobre Córdoba. Allí, pese a los intentos del Califato de Damasco que ordenaron frenar la rebelión a toda costa, Abderramán derrota a las huestes imperiales (756 d.C.). Tras su victoria, Abderramán entra en Córdoba, y en su mezquita, primitiva aún, es proclamado Emir de Córdoba. Ahora, si, el principio de la escisión del Imperio Abasida de Damasco se había iniciado.

Y pese a las creencias y a las crónicas cristianas de la época, en absoluto supuso un incremento de la disciplina religiosa ni un auge del totalitarismo musulmán. Muy al contrario, y justo al revés de los sucedido en los nuevos reinos cristianos, donde la práctica de la fe musulmana suponía la condena a muerte, el Emirato de Córdoba lo conformaban Musulmanes, antiguos conquistadores y descendientes de éstos, Muladíes (cristianos convertidos al islam), Mozárabes (cristianos que en territorio musulmán siguieron con su fe cristiana) y Judíos, encantados de las ventajas fiscales y los beneficios obtenidos del auge musulmán en todo Al-Andalus.

Pero como Estado descendiente en parte de la Hispania visigoda, quizá dado el carácter de los habitantes peninsulares que se entremezclaron con los invasores y dieron lugar a la población mestiza que formó parte, desde entonces, de la Península, Al-Andalus tuvo que sufrir constantes revueltas. Esta vez para que Al-Andalus se sometiese nuevamente al Califato de Damasco. Fue un largo periodo de tensiones y conflictividad civil en el Emirato, 10 años de combates contra los nuevos rebeldes, que terminaron con una aplastante victoria de Abderramán. Curioso lo de los habitantes de esta tierra peninsular. Descontentos si o si, pase lo que pase y gobierne quien gobierne. Y si uno apoya la independencia hay que rebelarse contra él, y si apoya la estabilidad como región del Imperio habrá que rebelarse también. Esa es la idiosincrasia transmitida, supone el desdichado autor, que genéticamente, por los habitantes hispanos a los musulmanes de Al-Andalus. Dicho en pocas palabras, el Caso es rebelarse.

Imagínense hasta qué punto funciona y actua la idiosincrasia hispana, que en un nuevo acto rebelde, el Walí de Zaragoza, Ibn Al-Arabi, derrotada la rebelión anterior que trajo una década de guerra y conflicto civil, decide rebelarse, y a sabiendas de cómo se las gasta el Emir de Córdoba, pide ayuda nada menos que a su anterior enemigo, Carlomagno, Rey de los Francos. Qué sorpresa para Carlomagno que un walí de Zaragoza le pida ayuda para derrotar a las tropas de Abderramán, que iban directas a tomar la ciudad. No tanto. Ibn Al-Arabi explicó a Carlomagno que los mozárabes, cristianos de fe, que conviven en la ciudad estarán sometidos a cruentas torturas, prisión y destierro de vencer las tropas del Emirato.

Convencido de ir en defensa de la fe, al tiempo que podría extender su territorio al norte oriental de la Península Ibérica, Carlomagno dirige un basto ejército para frenar a Abderramán. Éste no se arrugó. A sabiendas del interés independentista de los vascones (anda que no viene de lejos el problema vasco), El Emir de Córdoba apoya su rebelión contra los reinos cristianos, lo que supone una dificultad en el camino para Carlomagno y su ejército franco. Parece que nada podrá frenar a los francos. Éstos toman Pamplona por la fuerza, destruyendo sus murallas y masacrando brutalmente a la población pamplonesa. Torturas de diversa índole sirvieron como entretenimiento a las tropas francas en la ciudad (¿Puede que estemos hablando del origen de los San Fermines?). Mientras tanto, algo extraño sucedía en Zaragoza. El Walí Al-Arabí no estaba en la ciudad. Su mayor lugarteniente le comunica a Carlomagno que no recibirá ayuda de un enemigo del Califato de Damasco. Enrabietado y extrañado, Carlomagno ordena la retirada a territorio Franco, sin saber qué ha sucedido. En su retirada, los vascones les harían pagar caro el haber intentado frenar su rebelión. El II Ejército de Carlomagno es derrotado por completo ante los ataques vascones en Roncesvalles. Carlomagno, consigue huir con su otro ejército tras los pirineos.

A sabiendas de todo esto, Abderramán ordenó entrar en Zaragoza. No le costó mucho. Todos los líderes rebeldes fueron ajusticiados y todos los cargos de responsabilidad fueron ocupados por familiares y hombres de confianza de Abderramán, siguiendo el modelo Omeya de Gobierno. Abderramán, implacable, consiguió también llegar a Navarra y Cataluña. Se estabiliza así la línea fronteriza entre Cristianos y Musulmanes en la Península Ibérica, y no se movería en algún tiempo.

Con la estabilidad alcanzada a sangre y fuego en Al-Andalus, Abderramán se dedica a tareas de gobierno y de extensión de la cultura y la fe musulmana. Muchos son los cristianos que encantados de poder participar de la administración musulmana se convierten al Islam. Y muchos los que pese a su fe cristiana, o Judía, preferían el gobierno musulmán del Emirato a las duras y ferreas condiciones de los talibanes católicos.

Tras ordenar la reconstrucción de la Mezquita de Córdoba, que supuso una demostración del esplendor musulmán al mundo entero, se dice que introdujo la primera palmera en la Península. Al-Andalus, nunca más, durante su emirato, sufrió nuevas rebeliones. Murió el 30 de Noviembre de 788 d.C. en Córdoba, dejando, al más puro estilo Omeya como Emir al mejor de sus hijos, Hishem, que ostentaría el emirato como Hishem I.

Ya lo ven. Abderramán, pese a su huida de Damasco, se hizo un lugar en la historia, no como huido o emigrado, como le llamaban, si no como el principal valedor de la estabilidad y el esplendor del mundo musulmán demostrado al mundo desde Al-Andalus.

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