viernes, 18 de septiembre de 2009

LO QUE PUDO SER Y NO FUE. Un análisis del gusto por el vino y la envidia española

Anoche comentába el auge y la bonanza que trajo, a la península ibérica, la urbanizadora y más civilizada cultura musulmana. Y dado este auge y las mejoras relacionadas con los derechos sociales, laborales y económicos de la población "invadida", sumado a la tolerancia religiosa que imperaba en Al-Andalus (los conversos se iniciaban en el islam fruto de beneficios económicos y sociales como la contratación en la administración o en el ejército, siendo respetados los que decidieron permanecer con sus creencias religiosas cristianas, o judías, muy respetadas por los musulmanes), muchos fueron los "hispanos" que vieron como salvación la "invasión".

Otros, no obstante, los últimos conversos visigodos, como conversos que son, radicalizaron sus posturas, se hicieron más intolerantes e intransigentes, y abogaron por combatir, de cualquier forma a los invasores musulmanes. Sucede siempre que los conversos son los más radicalizados y fervientes protectores de la fe. Y en el caso de la Hispania Visigoda no iba a ser menos. Tanto es así, que muchos vieron en estos nuevos conversos el germen del primer reino cristiano en Al-Andalus. Pero esa es otra historia.

Hoy vamos a analizar lo que sucede cuando una cultura más poderosa, más tolerante y emprendedora, se relaciona con los habitantes de la antigua Hispania Visigoda. Con una administración y un ejército plagado de conversos, que mantenían las costumbres adquiridas durante los largos años de reinado visigodo, ambas culturas convivieron, se entremezclaron y compartieron hábitat y formas de vida. Tanto es así que a la vez que los visigodos aprendían en las escuelas, disfrutaban de los baños y gozaban de un servicio de salud muy avanzado, los musulmanes que no eran conversos empezaban a disfrutar del vino, de las mujeres de Al-Andalus y de otros placeres que el desierto les negaba.

Ésta curiosa forma de unidad intercultural, hizo prevalecer como siempre, la postura más tosca, más patética y arraigada en la Península Ibérica. El alcohol hacía estragos entre los musulmanes, lo que generaba además un abandono de sus costumbres, de parte de su fe, de su forma de vida y organización social. Un auge delictivo oscureció la buena labor del Califato, y los odios y deseos independentistas, tan arraigados en este país que aún duran hasta nuestro días, empezaron a ocasionar los primeros disturbios dentro del Califato de Damasco. Al-Andalus no deseaba seguir abonando unos tributos que producía en la Península Ibérica y que en su mayoría, pese a las magníficas ciudades (que llegaron a ser las más importantes, dinamizadas, cultas y grandes de Europa) al sistema de salud o a las novedadosas ventajas sociales, se marchaban directamente a Damasco.

La decadencia del Islam en Al-Andalus coincide con el auge converso y la asimilación de la cultura visigoda y las costumbres hispánicas. Es curioso como este país, es capaz de destruir todo lo que toca. Y como no, el descalabro y la corrupción surgida en la nueva Al-Andalus coinciden plenamente con el aumento del rechazo de los conversos al catolicismo. Muchos nobles empezaron entonces a negarse a pagar sus tributos, lo que generaría nuevas y ahora, más duras, medidas de los musulmanes contra la nobleza visigoda. Pero esa ya es otra historia.

Hemos visto como una cultura más audaz, más práctica, más humana, aseada y progresiva que la visigoda, en contacto con la Hispania de entonces se corrompe, se inunda de falsos conversos, se emborracha de placidez y licores mientras se gesta una semilla de rencor, odio y delincuencia en sus calles. Lo que pudo ser y no fue, producto del amor de esta tierra al vino y a la envidia.

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